15.12.06

Portero curioso

Jesús Unanua, del tatami a la portería
Este veterano compartió los agarres en su kimono con los guantes de portero hasta los 21 años. Horas y horas de entrenamiento para poder encajar en su vida el fútbol y el judo de alto nivel. hasta que la realidad se impuso: tuvo que elegir (el fútbol). La élite no permite convivencias.
Una desafortunada tarde de 1986 la doble carrera de Jesús Unanua tomó un rumbo insalvable: “En un campeonato de España me rompí el codo. Para que no me marcara el rival, saqué el brazo y me lo disloqué, porque si no me caía fuera. Regresé a Pamplona con el brazo en cabestrillo. Entrenaba con el primer equipo de Osasuna, aunque el club no sabía que practicaba judo. Y claro, me dijeron que tenía que elegir”. Jesús Unanua es una de esas personas que han nacido para ser deportista. La adrenalina como propulsor de su vida. Un incombustible gen que sólo apacigua la competición. Cuando a la mayoría de los niños esa pelota escondida en el armario de su hermano alimentaba los primeros sueños, Jesús Unanua ya seguía el ritual de colocarse el kimono blanco. A los cuatro años recorría todos los días el camino que le separaba del gimnasio de su padre. El tatami le resultaba muy familiar, tanto como el pasillo de su casa.Treinta y tres años después de esos tibios recuerdos, aguanta el tipo en el Alicante de Segunda B por el que ha fichado por dos temporadas: “Desde que era joven, con diez u once años, iba a entrenar todos los días por la mañana o por la tarde con Osasuna y después a judo. En total estaba unas cinco horas. Solía tener un partido el sábado o el domingo a las 4:30 de la tarde. Después me iba corriendo a un campeonato de judo a las 7:30”. Todavía no ha podido despegarse de la soledad que comparten la portería y el tatami. Aunque se decantó por las sensaciones del duelo más auténtico del fútbol: el delantero desmarcado enfilando la media luna del área. En apenas una década había superado muchas de las trampas de la alta competición en las dos disciplinas. Fue internacional sub-17 y campeón de España en tres ocasiones con la selección navarra. Ascendió todas las categorías de Osasuna para compartir vestuario con Urban o Ziganda y debutó en Primera división contra el Logroñés. Al mismo tiempo, los colores de su cinturón fueron oscureciendo hasta alcanzar el negro y lograr después el tercer dan: “Son iguales por la concentración. Un segundo despistado es un gol, un segundo despistado y te tumban”. Judocas de postín como la abanderada española en los Juegos Olímpicos de Atenas, Isabel Fernández, posee el sexto dan.Las continuas lesiones en su juventud reforzaron su afán de superación: “Aprendí a escribir con la mano izquierda, a pesar de que era diestro, por la gran cantidad de tiempo que tenía los dedos inmovilizados por culpa de los balonazos y los agarres”. Su vida se sumergió en las obsesiones del césped y el temple del arte marcial. Ambos se mantuvieron entrecruzados hasta los 21 años, cuando el incidente le obligó a romper este inusual equilibrio.Con la katana y el puñalNo sólo se acabó el judo, también las habituales exhibiciones con su padre, campeón de España, y séptimo dan: “Solíamos viajar bastante. Cogíamos una katana y un puñal. Y practicábamos movimientos de ataque y defensa. Primero uno y después el otro”. A partir de ahí, sus rivales calzarían siempre botas de tacos. Los entrenamientos se limitaron al primer equipo rojillo, aunque un mes de agosto no pudo resistir la tentación: “Estaba en pretemporada con Osasuna y hacíamos sesiones dobles. Después me tenía que poner con el judo porque me quería sacar el título de entrenador de defensa personal. Fue realmente duro, pero mereció la pena. Me encanta dar clases a los chavales y no descarto volver a entrenar a judo o a futuros porteros”. Nunca ha utilizado estos conocimientos sobre la hierba. Pero la experiencia adquirida ha sido fundamental en su carrera como futbolista. “Te enseña sobre todo disciplina y respeto. Tengo que agradecer al judo que me encuentre a los 37 años en muy buena forma y que pueda seguir jugando. Una vez que pasas una determinada edad, muchos jugadores dejan el fútbol porque ya no tienen ganas de entrenar. No me pasa eso. Tengo fuerza de voluntad y gran ilusión por este deporte”, responde con una decisión inequívoca. La misma con la que su hijo sigue sus pasos en el judo y en las categorías inferiores del Elche. Tres generaciones de deportistas, tres maneras de entender la unión de estas dos artes.Cañizares, el otro judocaLos reflejos de Santiago Cañizares en el territorio indómito del área pequeña no son innatos. Esa mano inverosímil en la cepa del palo o aquella estirada a bocajarro esconden horas de un entrenamiento muy peculiar. Comparte con Jesús Unanua una niñez dividida entre el judo y el fútbol. Su padre, José Cañizares, también es profesor de este arte marcial. Domina el Jiu-Jitsu e imparte clases en defensa personal. Tiene un gimnasio en el que da clases en el pueblo de Manzanares (Ciudad Real) y ocupa una vicepresidencia en la Federación de Judo de Castilla la Mancha. El guardameta valencianista no desaprovechó las enseñanzas de su padre y alcanzó el color negro en su cinturón. Aunque el fervor por el fútbol le llevó a las categorías inferiores del Real Madrid, donde comenzó la carrera hacia el estrellato. A sus 37 años, la misma edad de Jesús Unanua, mantiene un nivel físico y psíquico envidiable. La práctica del judo puede ser la respuesta a los que se preguntan cómo aguanta Santiago Cañizares el rigor de la alta competición.
Fuente: www.mediapunta.es/